Agosto afortunado. 30 días para ejercer de padre, yerno, hijo, cuñado, amigo y marido. Con mi sombrilla amarilla oxidada. Sillas de playa (también oxidadas). Nevera y placas de hielo. Toallas. Bocadillos y latas de mejillones. Palas y pelota de fútbol, crema solar y las malditas chancletas.
Sin olvidar leer a primera hora el periódico, el mail del trabajo (para no tener la bandeja de entrada colapsada a la vuelta), el del cole y extraescolares (con los libros, zapatos, rotuladores, equipaciones y demás por agendar) y viendo a todas horas el tiempo desde la aplicación. Desconexión total, lo llaman.
La señal del reloj de mi mano izquierda la he perdido. Y he plantado un limonero (a ver lo que dura). Un mes de agosto desconectado. Lleno de fotos que veré incansablemente una y otra vez en el móvil durante los próximos 335 días.
Apurando las últimas horas para actualizar la web. Cargando las baterías y revisando los equipos de trabajo. Todo listo.
Bendito y maldito septiembre. Bienvenidos a la rutina.